domingo, 23 de diciembre de 2012

Mi tarea

Juegos de Mesa.

Hace unos días jugaba con Emanuel al turista. Él hacía del banco y yo administraba las propiedades. Abril no quiso unírsenos, pero ya había hecho un papelito con indicaciones de cuántos billetes tenía que preparar: que si 2 de 50mil, 8 de 10 mil, y así, para que su hermano tuviera clarito cómo repartir el dinero. El turista era de mis juegos favoritos. Pero creo que era mejor con el tablero cuadrado, con el turista mundial y con los países de colores donde áfrica era lo más caro y américa central lo más barato. El turista de Disney no me gusta tanto, porque es como un mapa y la pista en forma de un ocho; prefería los títulos de propiedad de los países. Emanuel compra y compra propiedades cada que cae en una de ellas. Olvida rápidamente si ya la compró y en la próxima vuelta intenta comprarla de nuevo. Yo me pierdo con los nombres: que si la calle de Main Street, o si la cafetería de Main Street... prefiero los países y prefiero los avioncitos en lugar de esos carros gordos que trae este turista.

Moni nos regaló el Jenga, que hemos jugado algunas veces. Es divertido, aunque creo que le hará falta algo más para hacerlo aún más ameno entre todos. Tiene  muchísimo que no jugamos Dominó. Y tanto que me gusta. Tuve mis épocas doradas de jugar dominó cuando en el proyecto de BBU del segundo año instituímos los Martes de Dominó; había que recolectar cinco o diez dólares por cabeza, asegurar de ir por cerveza para la sesión, y pedir pizzas para la velada. Nacho Gómez Maya jugaba con Vasú, un indio igual de alto que él, que hizo bastantes buenas migas con los mexicanos. Yo jugaba con Alberto Paredes, que en aquel tiempo era mi jefe, y nuestros acérrimos enemigos eran Nahum y Julio Jiménez, los dos del área de Ventas, y con quienes tuvimos noches memorables y duelos increíbles. Nahum y Julio se las daban de tahúres de la ficha, y yo siempre pasaba por el despistado tirafichas que descuadraba por completo el Juego. Una vez los saqué de quicio porque cerré el juego, sin yo mismo darme cuenta que lo había cerrado, y además ganando por algo así como 40 puntos contra cuarenta y dos; una probabilidad ínfima de que  la jugada hubiera sido pensada.

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