domingo, 23 de diciembre de 2012

23 de Diciembre

Cerca del fin de año, llevo más de dos semanas enfermo de una cosa bastante rara que me cierra la garganta y hace que la campanilla engorde horrores y se tienda sobre la lengua, a estorbar mi tragar y deglutir. Empecé primero con un tratamiento de millones de unidades de penicilina, que hicieron temblar mis pompas frenéticamente en alguna de las primeras dos inyecciones. Me inyectó mi suegra y Emanuel se reía de que al terminar, los músculos del glúteo se movían espasmódicamente; sí me dolió y hasta dejé salir un pequeño quejido y un par de lagrimitas esa ocasión. En total, sumando el antibiótico inicial y luego el esteroide, van como ocho piquetes. Y no me molestaría tener más si fuera necesario. Con tal de que ya se acabe esta maldita tos perruna y el cierre de garganta. Creo que debe ser algo más, algo crónico. Quizás -ojalá - una alergia que me cause hipersensibilidad; quizás las alfombras me están afectando. Llevo ya varias recaídas con un cuadro similar.
Hace cuatro años, en China, nos tumbó una neumonía memorable. El invierno nos agarró del cogote y nos hizo como quiso; terminamos varios en el hospital Occidental con mediciona tradicional y otra no tanto, que sabía horrible, y que nos preguntábamos si era para hacer gárgaras o para tomar.
Hace tres años, en Estados Unidos, fue la AH1-N1, y los días en que tenía que exponer la metodología del proyecto de Assessment ante no sé cuántos ejecutivos de Bimbo en Toluca, y yo que no paraba de fluir por la nariz, y con una ronquera espantosa. Recuerdo que salía cada cinco minutos a lavarme las manos, a sonarme la nariz y a respirar para volver al foro. Dos semanas estuve con tres doctores distintos, antes de viajar a Estados Unidos y enterarnos, estando allá, de la emergencia sanitaria y de las medidas a tomar.

Pues hoy ango con algo parecido y ya estoy harto. Y se me juntó el hartazgo de la tos con el hartazgo del trabajo, de la casa, de la rutina y de todo lo demás. Para empeorarlo, no percibo olores ni sabores, lo cual me hace miserable. Y como siempre que padezco de la voz, noto como todo el tiempo hablo en voz baja conmigo mismo, en español o en inglés, canturreando o susurrando, y cómo parte de mis pensamientos  fluyen por una delgadísima línea de voz hacia mí mismo.


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