Vivían también en la calle Eduardo Méndez. Iendo hacia cuatro caminos, del mismo lado que doña Jovita, pero más hacia adelante. No recuerdo a su esposo; no recuerdo si vivía aún o si no vivía con ellos; tampoco recuerdo a qué se dedicaba. Sólo que eran muy pobres y vivían en un terreno donde había varias casas de madera o de lámina de cartón. Particularmente recuerdo que leían la revista Alarma!, esa que se especializaba en nota roja, con imágenes brutales, y que yo jamás había visto tan cerca como aquella vez. Rubén, su hijo, fue mi mejor amigo de la infancia.Era el menor de los hombres, y sólo mayor que Socorrito, la menor. Estaban también Feyo, Pablo, y Pina, que eran mayores que él, y creo que un par de hermanos más que ya no recuerdo. Ninguno tenía zapatos para ir a la escuela; pasaban por mí para ir a la Primaria Josefa Domínguez Viadana, a donde iban todos. En primer año estuve en el mismo salón que Rubén; teníamos a la maestra Elodia, que nos sentaba en filas de aplicados y burros. Yo estaba en la de aplicados, en los primeros pupitres; Rubén en la de los burros, y recordaba cómo lo castigaba y lo hacía llorar. Yo en ese entonces suponía que era normal, porque Rubén seguramente era flojo, o no quería estudiar, y nosotros los aplicados éramos niños buenos, trabajadores. Recuerdo a pocos compañeros de esa época; un tal Márquez, muy delgadito y de piel blanca, otro que se llamaba Gelasio, y con quien siempre peleábamos todos, jugando a que él era malo y nosotros buenos. La maestra Elodia tenía a su nieta - Lupita, que pensábamos era la más bonita. También recuerdo aun Norberto, que corría muy rápido, y que supe que murió ahogado. Lloré mucho cuando me enteré de esa tragedia, aunque para entonces creo que ya no vivíamos en Papantla. Recuerdo también que jugábamos beisbol en la escuela, que tenía patios muy amplios y mangos enormes. Hacíamos dos equipos, y pasábamos los recreos con nuestros partidos de béisbol. Había un arroyo con agua limpia, donde había crustáceos que llamábamos "burritas", y que sé que se comían, y que nosotros atrapábamos y soltábamos. Por alguna razón recuerdo una historia de algo que había pasado cerca de la escuela: una mujer había abortado, o había matado a su hijo recién nacido muy cerca de ahí; aventurarnos en los terrenos baldíos de atrás de la escuela era aventurarse a encontrar partes del bebé o su ropa, y era terrorífico..
Pina nos llevaba un par de años y estaba en un grado mayor que yo. Feyo dos grados más, y era de la edad de Mónica. También tenía un amigo llamado Silvestre, al que le decían "chivete". El tío de Rubén era mecánico automotriz y tenía su taller en lo que entonces era parte de la carretera a Poza Rica, cerca de La Hazaña, esa tienda que era un punto de referencia en la zona, al igual que el pozo de la pagüita, la colonia doctores, el crucero de cuatro caminos, o la entrada a Coplamar.
Recuerdo que Rubén alguna vez se cortó el pie con un vidrio; no tenían zapatos y caminaban descalzos por las calles sin empedrar de la colonia. Quizás era un par de kilómetros desde la casa a la Escuela.
Hace algunos años supe que Rubén era alcohólico, que era carpintero y que continuamente se encontraba a mi tía Marisa, o a Toño, y que se acordaba siempre de mí, y mandaba saludarme. Yo me lo encontré un par de veces caminando rumbo al centro de Papantla. Creo que lo saludé sin mucha efusividad, aunque amable. Después me arrepentí de no saludarlo con mayor afecto. Fue mi mejor amigo de la infancia, y nada debía importarme si era alcohólico o no; si trabajaba de carpintero o fuera lo que fuera. Pero mi falta de empatía siempre ha provocado que sea un patán involuntario...
Ya lo volveré a ver, y lo abrazaré con gusto, y quizás, si puedo, le invitaré una cerveza, y platicaremos. O volveré a ser un patán que juzga a sus amigos..
sábado, 27 de octubre de 2018
viernes, 26 de octubre de 2018
Amada Amante
Las canciones de Roberto Carlos son tristísimas. No sé por qué exactamente. Quizás me recuerdan una etapa de mi infancia que asocio con tristeza. Vivíamos en Papantla y tengo recuerdos vagos de la casa de Eduardo Méndez; un comedorcito redondo y cortinas grises y rojas de un diseño que no sé describir pero que asocio con la moda de los 70´s. Lázara era una de mis nanas, creo que después de que llegara una tal Micaela, que ya no recuerdo, pero que mi papá cuenta siempre que me daba de comer sólo frijoles y que por eso me gustan tanto. O también una María Pérez que ya no recuerdo, pero que tenía dos hijas: Casiana y ¿Juana?, de quienes mi mamá cuenta varias anécdotas que recuerdan su poco español ("quininiques" le decían a los calcetines las hijas, y María Pérez las corregía que debía decirse "calcitubos, calcitubos"). Lázara creo que tenía una hija que se llamó Amada y que murió muy joven, o niña aún. Dominga era otra de mis nanas, más joven, y de ella sí tenemos algunas fotos. Me cuentan que yo de niño (cinco, seis años tal vez) le sobaba las piernas mientras ella planchaba. Se casó muy joven. Tuvo una niña a la que mi mamá creo que ayudó a ponerle nombre: Berenice, creo. Después llegó María Tiburcio, y en ese entonces había también una Eva, la que le preguntaba a mi papá: "Don César, va a querer enchiladas con queso o sin queso, porque no hay queso". Algunas de las nanas ya llegaron en la época en que íbamos a la iglesia Bautista, por lo que terminaron iendo también con nosotros. Yo jugaba en el pasillo exterior que está casi un piso por debajo del nivel de la calle, como eran muchas de las casas de la calle.
No sé por qué todo eso lo recuerdo ahora con tristeza...
De Lázara ya no sabemos mucho; su marido era zapatero, trabajaba cerca de Cuatro Caminos, era alcohólico y le pegaba, y murió de cirrosis. Parece que mi mamá la vió hace algunos años. Ella era de un pueblo de Tihuatlán llamado Zacate Colorado, donde fuimos alguna vez a bañarnos en el río Cazones, y cuentan que alguien estuvo a punto de ahogarse. Por alguna razón la recuerdo con un diente de plata, con media sonrisa, y blanca de piel.
Dominga murió apenas hace un año o menos. Tenía una cantina en Papantla, cerca de donde vive mi Tía Rosita, y se dedicaba a mesera de cantinas desde hacía mucho. Mi mamá la veía a veces y me contaba que siempre preguntaba por mí. A mí me apenaba verla.
De María Pérez no supimos mucho; doña Micaela era mamá de alguna otra persona que ahora no recuerdo; a Eva ya nunca la volvimos a ver. Y sé que mis papás tenían otra muchacha que les ayudaba, a quien mató su novio, creo que mientras trabajaba para nosotros. No tengo muchos detalles. Y cada que oigo a Roberto Carlos cantar "el gato que está triste y azul, nunca se olvida que fuiste mía" se me hace la canción más triste del mundo. Amada amante por alguna razón me recuerda a Amada, la hija de Lázara que murió, aunque ya no pueda recordarla con claridad. Sentado a la vera del camino me trae de recuerdo a Topo Gigio cantando, tristísimo, esa canción. La Montaña me recuerda una película mexicana de un niño que al final de una peregrinación se acerca a una montaña para buscar a Dios, y morir en el intento. Todo es triste. "Yo te propongo..." dice Roberto Carlos... Y yo sigo muy triste.
Tristeza Absoluta
Hay días o semanas así. En que uno está triste, o irritable, o enojado todo el tiempo sin saber por qué. Y la calle parece más que nunca llena de gandallas y sinvergüenzas, de holgazanes, criminales y patanes. Y tu colonia y tu ciudad se muestran inmundas y pestilentes. Y te horroriza la basura lanzada impunemente en las calles, los árboles podados sin misericordia, los claxonazos sin fin, la indolencia de los microbuseros y los cochistas, los vendedores ambulantes y el chiquero en que se convierten las calles todos los días. Y odias esta ciudad y este país y el mundo entero. Y nada te reconforta, y te vuelves irascible y la pagan quienes te tienen cerca, porque siempre estás de malas, siempre estás corrigiendo, regañando, reprendiendo. Y no sabes qué cambió. Por qué ahora ya no disfrutas nada. El mundo siempre ha sido una mierda pero te las habías arreglado para ser medianamente feliz, y ahora pasa una mosca y dices puta madre. Y ves que el dinero no te alcanza y vives amargado, y tienes salud pero no te importa, y tienes amigos y gente que te ama pero no te acercas. No pides ayuda, porque no sabes de alguien que pueda ayudarte, porque no tienes la menor idea de qué necesitas.
sábado, 29 de septiembre de 2018
Depeche Mode - Violator
Una chica que David y yo vimos en el Plan Sexenal, y que invitamos a salir. Una discoteca de Insurgentes, y una caminata nocturna hasta el Monumento a la Revolución, y luego a la Santa María la Ribera. Nati, que era de Sinaloa y que tarareaba una canción brasileña de la época al siguiente día. David que era un apasionado fan de Luis Miguel; él que era de Álamo Temapache y que estudiaba Ingeniero Arquitecto en el Poli. Roberto, "el tío", que era de Zacatecas y que vendía quesos y trabajaba en alguna dependencia de gobierno (¿La Secretaría de la Reforma Agraria?), que salía a correr todos los días.
Vivía en ese entonces en Calle Cerrada Plan de Ayala #13, colonia Nextitla, en la casa de huéspedes de Chayito, que además de hospedaje nos daba de desayunar y de comer de lunes a viernes. Era muy alta, con muy poco cabello ya canoso, y caminaba muy erguida siempre. Creo que nos quería mucho porque éramos de alguna manera como su familia, y no aceptaba huéspedes más que por recomendación de algún conocido. Su casa era enorme, aunque sin jardín, y con un patio trasero más o menos amplio.
Ahí estaban en esa época Santos, de Yecapixtla, Morelos, al que David le decía el "mafia", un personaje de la caricatura Remi que cuando se reía lo hacía sólo con un lado de la cara; estaba Oscar, que estudiaba Economía y era de Tula, Hidalgo, y era extremadamente reservado; un médico al que le decían la Morsa, que parece que era de Oaxaca, y que se quedaba dormido leyendo sus libros de medicina. Jorge Penagos y Silvano, que trabajaban en el Instituto del Petróleo, y que habían estudiado juntos la carrera. Luego llegaría el Nati, a hacer su maestría en Ciencias Biológicas, y "El Navarro", que creo que se llamaba Luis, que era de Orizaba o Córdoba y que iba a estudiar su maestría o doctorado. También llegó Domingo, que trabajaba en Nextel y al que le debo haberme aficionado a la música de Joaquín Sabina, del que él era fan. Llegó también en el cuarto de Santos otro chavo de Yecapixtla, que se ponía una malla en la cabeza por las noches, quesque para que el cabello se le acomodara.
Chayito tenía un solo hijo, al que le llamábamos en secreto "El Piolín"; pedante y bastante mamón, del que nunca supe o me aprendí el nombre, y que ocasionalmente llegaba a visitarla. Era aficionado al motociclismo Enduro, y de cuando en cuando tenía sus motos en el garage.
Invariablemente nos daban de desayunar huevos: a la mexicana, revueltos, batidos, estrellados, o con frijoles. Yo era de los que comía temprano porque entraba a las dos de la tarde a la escuela, casi siempre solo o con Chayito; la mayoría llegaba después de las cinco del trabajo o de la escuela.
A un lado de la casa había un edificio de tres o cuatro pisos donde vivían un par de ancianas que subían el mandado por una canastita que subían desde la ventana. Aurorita tenía su tienda y vivía enfrente. Estaba un comedorcito pequeño de un tipo muy amable al que le decíamos "El Chilango", que siempre ponía Radio Centro. Estaban las hamburguesas al carbón de la Calzada Tacuba y Mar Mediterráneo a un par de cuadras (todavía no sabía que se llamaban Torreón); también el Chon y Chano y un restaurante oaxaqueño llamado Mitla. Había unos tacos al pastor llamados "El Retoño", al que ocasionalmente pasaba con Maribel y que se me hacían bastante buenos.
En Popotla había un tianguis los sábados, y una biblioteca pública a la que llegué a ir algunas veces. Ahí recuerdo haber probado por primera vez los "pescaditos", o sea las tiritas de pescado empanizadas y fritas que vendían con limón y salsa valentina (y que después entendí eran una especie de pescado tipo fish and chips).
Alguna vez llegué a ir al Hospital Rubén Leñero (le decíamos el Rubén me muero), porque me intoxiqué con no sé qué, y me salieron ronchas por todo el cuerpo. La enfermera que me puso el suero esa vez me dijo: "ahhhhhhh borrachos", supongo que porque era sábado o domingo por la mañana, y creo que porque efectivamente había tomado una noche anterior.
En ese tiempo tenía una grabadora compacta Sony, de doble casetera, reversible, que era lo máximo a lo que podía uno aspirar en esa época. En esa época el radio tenía estaciones como Jazz FM, Rock 101 o Radioactivo; Nino Canún tenía un programa de discusión estelar por las noches, que yo a veces veía en una televisión portátil, junto con los partidos de futbol de las chivas o pumas. El Veracruz era la novedad en la liga mexicana, porque había regresado después muchos años y los jarochos llenaban todos los estadios para ver a sus tiburones rojos. Siendo de Veracruz David y yo, nos sumamos a la tiburomanía un par de veces. El Atlante estaba en primera división y jugaba en el Estado Azulgrana.
En las noches disfrutaba escuchar música con la luz apagada.
Eran mis primer año en la Ciudad de México; aún no conocía a Maribel y todo era mágico y novedad. en la gran ciudad para mí. Hacíamos las compras en el Aurrerá de Buenavista, que luego se convertiría en WalMart; o íbamos al Tianguis de la Tabacalera o de Sullivan en la Colonia San Rafael. Nadie de los huéspedes o compañeros de escuela tenía auto; todo era Metro, Ruta 100 o taxis vochitos amarillos, y ya comenzaban a ser populares los microbuses.
Me perdía en las calles del Centro, en los aparadores de Madero, en los comercios de Electrónica de la calle Uruguay, pero sobre todo en Donceles, en las librerías de viejo. Organizábamos ir a Tepito a comprar fayuca: tenis, grabadoras, discos, relojes Casio o chucherías.
Los fines de semana por la mañana llevábamos nuestra ropa sucia a una lavandería en Popotla, frente a las canchas de Cañitas. El servicio era por kilo y pesábamos la ropa para que nos asignaran lavadora; había que ir con detergente o vel rosita y suavitel, y algo para leer mientras esperábamos a que terminara el lavado y luego el secado, y a caminar las diez o doce cuadras con la ropa de regreso a casa.
Vivía en ese entonces en Calle Cerrada Plan de Ayala #13, colonia Nextitla, en la casa de huéspedes de Chayito, que además de hospedaje nos daba de desayunar y de comer de lunes a viernes. Era muy alta, con muy poco cabello ya canoso, y caminaba muy erguida siempre. Creo que nos quería mucho porque éramos de alguna manera como su familia, y no aceptaba huéspedes más que por recomendación de algún conocido. Su casa era enorme, aunque sin jardín, y con un patio trasero más o menos amplio.
Ahí estaban en esa época Santos, de Yecapixtla, Morelos, al que David le decía el "mafia", un personaje de la caricatura Remi que cuando se reía lo hacía sólo con un lado de la cara; estaba Oscar, que estudiaba Economía y era de Tula, Hidalgo, y era extremadamente reservado; un médico al que le decían la Morsa, que parece que era de Oaxaca, y que se quedaba dormido leyendo sus libros de medicina. Jorge Penagos y Silvano, que trabajaban en el Instituto del Petróleo, y que habían estudiado juntos la carrera. Luego llegaría el Nati, a hacer su maestría en Ciencias Biológicas, y "El Navarro", que creo que se llamaba Luis, que era de Orizaba o Córdoba y que iba a estudiar su maestría o doctorado. También llegó Domingo, que trabajaba en Nextel y al que le debo haberme aficionado a la música de Joaquín Sabina, del que él era fan. Llegó también en el cuarto de Santos otro chavo de Yecapixtla, que se ponía una malla en la cabeza por las noches, quesque para que el cabello se le acomodara.
Chayito tenía un solo hijo, al que le llamábamos en secreto "El Piolín"; pedante y bastante mamón, del que nunca supe o me aprendí el nombre, y que ocasionalmente llegaba a visitarla. Era aficionado al motociclismo Enduro, y de cuando en cuando tenía sus motos en el garage.
Invariablemente nos daban de desayunar huevos: a la mexicana, revueltos, batidos, estrellados, o con frijoles. Yo era de los que comía temprano porque entraba a las dos de la tarde a la escuela, casi siempre solo o con Chayito; la mayoría llegaba después de las cinco del trabajo o de la escuela.
A un lado de la casa había un edificio de tres o cuatro pisos donde vivían un par de ancianas que subían el mandado por una canastita que subían desde la ventana. Aurorita tenía su tienda y vivía enfrente. Estaba un comedorcito pequeño de un tipo muy amable al que le decíamos "El Chilango", que siempre ponía Radio Centro. Estaban las hamburguesas al carbón de la Calzada Tacuba y Mar Mediterráneo a un par de cuadras (todavía no sabía que se llamaban Torreón); también el Chon y Chano y un restaurante oaxaqueño llamado Mitla. Había unos tacos al pastor llamados "El Retoño", al que ocasionalmente pasaba con Maribel y que se me hacían bastante buenos.
En Popotla había un tianguis los sábados, y una biblioteca pública a la que llegué a ir algunas veces. Ahí recuerdo haber probado por primera vez los "pescaditos", o sea las tiritas de pescado empanizadas y fritas que vendían con limón y salsa valentina (y que después entendí eran una especie de pescado tipo fish and chips).
Alguna vez llegué a ir al Hospital Rubén Leñero (le decíamos el Rubén me muero), porque me intoxiqué con no sé qué, y me salieron ronchas por todo el cuerpo. La enfermera que me puso el suero esa vez me dijo: "ahhhhhhh borrachos", supongo que porque era sábado o domingo por la mañana, y creo que porque efectivamente había tomado una noche anterior.
En ese tiempo tenía una grabadora compacta Sony, de doble casetera, reversible, que era lo máximo a lo que podía uno aspirar en esa época. En esa época el radio tenía estaciones como Jazz FM, Rock 101 o Radioactivo; Nino Canún tenía un programa de discusión estelar por las noches, que yo a veces veía en una televisión portátil, junto con los partidos de futbol de las chivas o pumas. El Veracruz era la novedad en la liga mexicana, porque había regresado después muchos años y los jarochos llenaban todos los estadios para ver a sus tiburones rojos. Siendo de Veracruz David y yo, nos sumamos a la tiburomanía un par de veces. El Atlante estaba en primera división y jugaba en el Estado Azulgrana.
En las noches disfrutaba escuchar música con la luz apagada.
Eran mis primer año en la Ciudad de México; aún no conocía a Maribel y todo era mágico y novedad. en la gran ciudad para mí. Hacíamos las compras en el Aurrerá de Buenavista, que luego se convertiría en WalMart; o íbamos al Tianguis de la Tabacalera o de Sullivan en la Colonia San Rafael. Nadie de los huéspedes o compañeros de escuela tenía auto; todo era Metro, Ruta 100 o taxis vochitos amarillos, y ya comenzaban a ser populares los microbuses.
Me perdía en las calles del Centro, en los aparadores de Madero, en los comercios de Electrónica de la calle Uruguay, pero sobre todo en Donceles, en las librerías de viejo. Organizábamos ir a Tepito a comprar fayuca: tenis, grabadoras, discos, relojes Casio o chucherías.
Los fines de semana por la mañana llevábamos nuestra ropa sucia a una lavandería en Popotla, frente a las canchas de Cañitas. El servicio era por kilo y pesábamos la ropa para que nos asignaran lavadora; había que ir con detergente o vel rosita y suavitel, y algo para leer mientras esperábamos a que terminara el lavado y luego el secado, y a caminar las diez o doce cuadras con la ropa de regreso a casa.
miércoles, 26 de septiembre de 2018
Bautizo de Nicolás
23 de Septiembre de 2018
Maribel me dijo que su mamá la había invitado a un bautizo, con su prima Adriana, la hija de Roberto. No estaba muy convencido de ir, pensando sobre todo en el tráfico usual para llegar a Tulyehualco, que nunca es un incentivo, pero igual le respondí que lo que ella decidiera.
Abril y Emanuel no irían. De hecho Abril se puso de acuerdo con Akemi para irse a dormir a su casa, y Emanuel preguntó si vería a Dani o a Mauri, y prefirió no acompañarnos cuando supo que no iría ninguno de ellos.
La misa era a la una de la tarde, pero ya no llegamos porque salimos tarde. No nos tardamos tanto en llegar realidad, de hecho no hubo mayores contratiempos hasta Xochimilco. Pasando Tepepan, Maribel se puso a hablar por teléfono con Martha para pedirle instrucciones de cómo llegar, a pesar de que ya había puesto la dirección en el navegador. Alcancé a escuchar que alguien estaría esperándonos en una tienda de la calle principal de Santa Cruz, para guiarnos, pues ya después de la misa se habían ido a donde sería la fiesta.
Lo que no sabía es que desde Nativitas había desviaciones por calles cerradas; supuse que por afectaciones del sismo, y comencé a ponerme un poco de mal humor anticipando el tráfico que vendría. Pero pensé también en lo ridículo y mezquino de mi reacción: había personas a quienes el sismo había afectado muchísimo, y yo ahí, quejándome simplemente por algo de tráfico adicional...
Finalmente, con algunas vueltas de más llegamos a la tienda donde nos esperaría Edith, que en ese momento supe, era la mamá de Adriana, y a quien se refería Martha por teléfono. Morena, de cabello muy chino (no sé si natural o porque se haya hecho "base" como dicen). Ella nos guió hasta la fiesta, quejándose en el camino de lo complicado que era. Había que pasar por algunos callejones en muy malas condiciones, y eran evidentes los estragos del sismo del año pasado: casas reconstruidas, calles encharcadas, sin banqueta; señalizaciones de caminos parcialmente bloqueados, bardas agrietadas y Edith que nos daba más detalles; que aquí había una barda muy grande que se cayó, que allá había una casa que ya no estaba; que el drenaje, o el agua estaba en reparación...
Llegamos al salón, que era más bien un terreno baldío habilitado con un enlonado muy grande, y muchas mesas arregladas con mantel y adornos de flores en maceta. Había dos piñatas: una como caperucita y otra de un oso, que entendí eran de una tal "Masha y el Oso", personajes que sin conocer, he visto anunciados en varios lados y que supongo están de moda entre los párvulos de ahora. Había también un par de carteles: "Mi Bautizo. Nico."
Hubo mixiotes de pollo, guisados con hoja de aguacate, o laurel; nopales con elote, frijoles bayos, salsa verde y roja, tortillas, arroz a la mexicana y agua de tamarindo y de jamaica. Me sirvieron un segundo plato, que fue imposible rechazar. Nos enteramos que el esposo de Adriana no toma, aunque ella sí, y algo comentaron al respecto Martha y mi suegra (que era mejor que no tomara el marido, que debía ser feliz con eso antes que lidiar con borrachos).
Algún familiar sacó un tequila en licoreras de cristal cortado, que nos ofrecían a cada rato. Nos contaban que habían ido a Guadalajara y lo habían traído de Tequila, que con confianza le entráramos. Todos tomamos un poco, y yo tomé el equivalente a tres caballitos grandes.
En una bocina Atvio tocaban música de Los Ángeles Azules y Los Askis, que continuamente confirmaba con Shazam en mi teléfono. Un señor que vendía alegrías y obleas se acercó a vender, y parecía tener conocidos en la fiesta. Luego entró también otra muchacha que vendía gomitas, juguetes y botanas, a quien Edith le compró panditas y pistaches. Ví que le ofrecieron de comer y me dió mucho gusto que esa tradición de Xochimilco que me contaba mi amigo Godoy hace muchos años se mantuviera: en cualquier fiesta siempre invitaban a comer a cualquiera que pasara, sin ninguna distinción, todos estaban invitados tácitamente, y eran bienvenidos.
Martha y mi suegra parecían contentas. Recordábamos que el difunto Roberto trabajaba muy bien de carpintero; que nos había hecho todos los muebles del departamentito de Tulyehualco, y que Jorge (el Pikis) era más bien su chalán y nunca fue tan bueno como él para trabajar. Ya iba para 9 años que había fallecido. En algún momento pregunté por su cumpleaños y me dijeron que era en Diciembre. Edith nos contó que Roberto hijo se parecía mucho a su papá, que su esposa había engordado mucho, que comían chicharrones ella y las niñas todo el tiempo, y también mucho refresco. También nos contó que ella estaba a dieta, que sufría de la presión, que se había encontrado un perrito chihuahua "cabecita de manzana", que era muy pequeñito y que le hacía fiesta todos los días, dormía en un sillón y ya se lo habían pedido para cruzarlo. También nos contó algo de sus aventuras cuando intentó cruzar la frontera y la deportaron; que la desnudaron porque la creyeron narcotraficante.
Maribel me contó que Edith antes vendía tamales oaxaqueños. A eso se dedicó mucho tiempo, pero después de tantos años, ya era demasiado trabajo, y ahora vendía ropa usada; a veces mi suegra le daba ropa de la familia para que ella la vendiera; rentaba un lugar también en Santa Cruz. Quizás vivía cerca de Roberto y Adriana. Roberto hijo y su esposa llegaron más tarde, con sus dos niñas; tenía muchos años que no lo veía, desde que tenía como catorce o quince años.
Dieron bolo los padrinos. Alcancé a oir a la señora que nos ofrecía el tequila que apenas había podido agarrar ocho pesos; Edith dijo que ella sólo alcanzó dos pesos. Me acordé que hacía un año habíamos sido también padrinos, y que no me preparé para el bolo y tenía muy poco dinero para repartir ese día, quizás como el padrino ese día.
Yo esperaba que no lloviera; por la mitad se alcanzaba a ver cómo se unían las dos grandes lonas que cubrían el terreno, y me imaginaba que si llovía muy fuerte había que mover mesas.
Adriana estaba como la recordaba, muy sonriente. Nos presentó a su esposo como "su pareja", pero nos dijo que ya se habían casado. Él nos saludó con gusto, pero no platicamos más allá del saludo.
Al festejado apenas y lo vimos en su trajecito blanco, jugando en el brincolín. Se llamaba Nicolás.
Esperamos a que dieran las seis de la tarde, para despedirnos. También Martha y mi suegra se irían a esa hora, y aprovecharíamos para dejarlas en la avenida principal, donde ellas tomarían un micro o combi a Tulyehualco. Parecía que comenzaban a esa hora a llegar más invitados. Nos despedimos de todos. Y Adriana y su esposo les dijmos al final que deberían visitarnos algún día.
De regreso ya teníamos pensado pasar por nativitas a comprar plantas. A esa hora ya casi estaban cerrando, pero nos alcanzó el tiempo para comprar varias: lavandas, un par de nopales pequeñitos, de una variedad con la hoja muy delgada, sábilas, pasto que le decían real, y otro que se llamaba cola de caballo, una pata de elefante, un par de helechos, una enredadera estrellita, y una hiedra, y otro par de plantas más que ya no recuerdo el nombre. Todo baratísimo. Llenamos la cajuela y todavía tuvimos que poner algunas en el asiento de atrás. Nos quedamos con las ganas de comprar bambús, que no cabían, o unos magueyes hermosísimos, de 950 pesos que por codos no compramos, o unos cactus miniatura, de 40, que necesitarían más cuidado y espacio del que teníamos.
Nos fuimos a dormir relativamente temprano, pensando que al siguiente día iríamos a la cineteca a ver Isla de Perros.
Maribel me dijo que su mamá la había invitado a un bautizo, con su prima Adriana, la hija de Roberto. No estaba muy convencido de ir, pensando sobre todo en el tráfico usual para llegar a Tulyehualco, que nunca es un incentivo, pero igual le respondí que lo que ella decidiera.
Abril y Emanuel no irían. De hecho Abril se puso de acuerdo con Akemi para irse a dormir a su casa, y Emanuel preguntó si vería a Dani o a Mauri, y prefirió no acompañarnos cuando supo que no iría ninguno de ellos.
La misa era a la una de la tarde, pero ya no llegamos porque salimos tarde. No nos tardamos tanto en llegar realidad, de hecho no hubo mayores contratiempos hasta Xochimilco. Pasando Tepepan, Maribel se puso a hablar por teléfono con Martha para pedirle instrucciones de cómo llegar, a pesar de que ya había puesto la dirección en el navegador. Alcancé a escuchar que alguien estaría esperándonos en una tienda de la calle principal de Santa Cruz, para guiarnos, pues ya después de la misa se habían ido a donde sería la fiesta.
Lo que no sabía es que desde Nativitas había desviaciones por calles cerradas; supuse que por afectaciones del sismo, y comencé a ponerme un poco de mal humor anticipando el tráfico que vendría. Pero pensé también en lo ridículo y mezquino de mi reacción: había personas a quienes el sismo había afectado muchísimo, y yo ahí, quejándome simplemente por algo de tráfico adicional...
Finalmente, con algunas vueltas de más llegamos a la tienda donde nos esperaría Edith, que en ese momento supe, era la mamá de Adriana, y a quien se refería Martha por teléfono. Morena, de cabello muy chino (no sé si natural o porque se haya hecho "base" como dicen). Ella nos guió hasta la fiesta, quejándose en el camino de lo complicado que era. Había que pasar por algunos callejones en muy malas condiciones, y eran evidentes los estragos del sismo del año pasado: casas reconstruidas, calles encharcadas, sin banqueta; señalizaciones de caminos parcialmente bloqueados, bardas agrietadas y Edith que nos daba más detalles; que aquí había una barda muy grande que se cayó, que allá había una casa que ya no estaba; que el drenaje, o el agua estaba en reparación...
Llegamos al salón, que era más bien un terreno baldío habilitado con un enlonado muy grande, y muchas mesas arregladas con mantel y adornos de flores en maceta. Había dos piñatas: una como caperucita y otra de un oso, que entendí eran de una tal "Masha y el Oso", personajes que sin conocer, he visto anunciados en varios lados y que supongo están de moda entre los párvulos de ahora. Había también un par de carteles: "Mi Bautizo. Nico."
Hubo mixiotes de pollo, guisados con hoja de aguacate, o laurel; nopales con elote, frijoles bayos, salsa verde y roja, tortillas, arroz a la mexicana y agua de tamarindo y de jamaica. Me sirvieron un segundo plato, que fue imposible rechazar. Nos enteramos que el esposo de Adriana no toma, aunque ella sí, y algo comentaron al respecto Martha y mi suegra (que era mejor que no tomara el marido, que debía ser feliz con eso antes que lidiar con borrachos).
Algún familiar sacó un tequila en licoreras de cristal cortado, que nos ofrecían a cada rato. Nos contaban que habían ido a Guadalajara y lo habían traído de Tequila, que con confianza le entráramos. Todos tomamos un poco, y yo tomé el equivalente a tres caballitos grandes.
En una bocina Atvio tocaban música de Los Ángeles Azules y Los Askis, que continuamente confirmaba con Shazam en mi teléfono. Un señor que vendía alegrías y obleas se acercó a vender, y parecía tener conocidos en la fiesta. Luego entró también otra muchacha que vendía gomitas, juguetes y botanas, a quien Edith le compró panditas y pistaches. Ví que le ofrecieron de comer y me dió mucho gusto que esa tradición de Xochimilco que me contaba mi amigo Godoy hace muchos años se mantuviera: en cualquier fiesta siempre invitaban a comer a cualquiera que pasara, sin ninguna distinción, todos estaban invitados tácitamente, y eran bienvenidos.
Martha y mi suegra parecían contentas. Recordábamos que el difunto Roberto trabajaba muy bien de carpintero; que nos había hecho todos los muebles del departamentito de Tulyehualco, y que Jorge (el Pikis) era más bien su chalán y nunca fue tan bueno como él para trabajar. Ya iba para 9 años que había fallecido. En algún momento pregunté por su cumpleaños y me dijeron que era en Diciembre. Edith nos contó que Roberto hijo se parecía mucho a su papá, que su esposa había engordado mucho, que comían chicharrones ella y las niñas todo el tiempo, y también mucho refresco. También nos contó que ella estaba a dieta, que sufría de la presión, que se había encontrado un perrito chihuahua "cabecita de manzana", que era muy pequeñito y que le hacía fiesta todos los días, dormía en un sillón y ya se lo habían pedido para cruzarlo. También nos contó algo de sus aventuras cuando intentó cruzar la frontera y la deportaron; que la desnudaron porque la creyeron narcotraficante.
Maribel me contó que Edith antes vendía tamales oaxaqueños. A eso se dedicó mucho tiempo, pero después de tantos años, ya era demasiado trabajo, y ahora vendía ropa usada; a veces mi suegra le daba ropa de la familia para que ella la vendiera; rentaba un lugar también en Santa Cruz. Quizás vivía cerca de Roberto y Adriana. Roberto hijo y su esposa llegaron más tarde, con sus dos niñas; tenía muchos años que no lo veía, desde que tenía como catorce o quince años.
Dieron bolo los padrinos. Alcancé a oir a la señora que nos ofrecía el tequila que apenas había podido agarrar ocho pesos; Edith dijo que ella sólo alcanzó dos pesos. Me acordé que hacía un año habíamos sido también padrinos, y que no me preparé para el bolo y tenía muy poco dinero para repartir ese día, quizás como el padrino ese día.
Yo esperaba que no lloviera; por la mitad se alcanzaba a ver cómo se unían las dos grandes lonas que cubrían el terreno, y me imaginaba que si llovía muy fuerte había que mover mesas.
Adriana estaba como la recordaba, muy sonriente. Nos presentó a su esposo como "su pareja", pero nos dijo que ya se habían casado. Él nos saludó con gusto, pero no platicamos más allá del saludo.
Al festejado apenas y lo vimos en su trajecito blanco, jugando en el brincolín. Se llamaba Nicolás.
Esperamos a que dieran las seis de la tarde, para despedirnos. También Martha y mi suegra se irían a esa hora, y aprovecharíamos para dejarlas en la avenida principal, donde ellas tomarían un micro o combi a Tulyehualco. Parecía que comenzaban a esa hora a llegar más invitados. Nos despedimos de todos. Y Adriana y su esposo les dijmos al final que deberían visitarnos algún día.
De regreso ya teníamos pensado pasar por nativitas a comprar plantas. A esa hora ya casi estaban cerrando, pero nos alcanzó el tiempo para comprar varias: lavandas, un par de nopales pequeñitos, de una variedad con la hoja muy delgada, sábilas, pasto que le decían real, y otro que se llamaba cola de caballo, una pata de elefante, un par de helechos, una enredadera estrellita, y una hiedra, y otro par de plantas más que ya no recuerdo el nombre. Todo baratísimo. Llenamos la cajuela y todavía tuvimos que poner algunas en el asiento de atrás. Nos quedamos con las ganas de comprar bambús, que no cabían, o unos magueyes hermosísimos, de 950 pesos que por codos no compramos, o unos cactus miniatura, de 40, que necesitarían más cuidado y espacio del que teníamos.
Nos fuimos a dormir relativamente temprano, pensando que al siguiente día iríamos a la cineteca a ver Isla de Perros.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)