He aprendido con el tiempo algunas cosas importantes sobre los niños. Una de ellas es que nosotros los adultos subestimamos el impacto del vocabulario en las limitaciones de comunicación de los niños.
Tengo un ejemplo muy claro de esto: en el cumpleaños de Emanuel - creo que fueron los cinco años- estábamos cantando las mañanitas, prendiendo la vela del pastel y con todos sus amiguitos junto a él cuando le pedí que pidiera un deseo antes soplarle. Se lo pedí otra vez, y luego pregunté si ya había pedido un deseo. Con cara de no saber, contestó que no; así que insistí en que pidiera un deseo, mientras la velita encendida estaba ahí esperando... y nada. Una vez más, le pregunté si ya había pedido un deseo; dijo que no, y en la última vez asintió algo confundido. No imaginé que en realidad Emanuel no tenía la menor idea de lo que significaba el verbo desear, y por lo mismo, no sabía que era un deseo. Lo supe cuando después de la partida del pastel le pregunté: ¿qué deseo pediste? Y sin saber contestar, y animado a preguntar, me respondió: Papá... ¿qué es un deseo?
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