sábado, 29 de septiembre de 2018

Depeche Mode - Violator

Una chica que David y yo vimos en el Plan Sexenal, y que invitamos a salir. Una discoteca de Insurgentes, y una caminata nocturna hasta el Monumento a la Revolución, y luego a la Santa María la Ribera. Nati, que era de Sinaloa y que tarareaba una canción brasileña de la época al siguiente día. David que era un apasionado fan de Luis Miguel; él que era de Álamo Temapache y que estudiaba Ingeniero Arquitecto en el Poli. Roberto, "el tío", que era de Zacatecas y que vendía quesos y trabajaba en alguna dependencia de gobierno (¿La Secretaría de la Reforma Agraria?), que salía a correr todos los días.
Vivía en ese entonces en Calle Cerrada Plan de Ayala #13, colonia Nextitla, en la casa de huéspedes de Chayito, que además de hospedaje nos daba de desayunar y de comer de lunes a viernes. Era muy alta, con muy poco cabello ya canoso, y caminaba muy erguida siempre. Creo que nos quería mucho porque éramos de alguna manera como su familia, y no aceptaba huéspedes más que por recomendación de algún conocido. Su casa era enorme, aunque sin jardín, y con un patio trasero más o menos amplio.
Ahí estaban en esa época Santos, de Yecapixtla, Morelos, al que David le decía el "mafia", un personaje de la caricatura Remi que cuando se reía lo hacía sólo con un lado de la cara; estaba Oscar, que estudiaba Economía y era de Tula, Hidalgo, y era extremadamente reservado; un médico al que le decían la Morsa, que parece que era de Oaxaca, y que se quedaba dormido leyendo sus libros de medicina. Jorge Penagos y Silvano, que trabajaban en el Instituto del Petróleo, y que habían estudiado juntos la carrera. Luego llegaría el Nati, a hacer su maestría en  Ciencias Biológicas, y "El Navarro", que creo que se llamaba Luis, que era de Orizaba o Córdoba y que iba a estudiar su maestría o doctorado. También llegó Domingo, que trabajaba en Nextel y al que le debo haberme aficionado a la música de Joaquín Sabina, del que él era fan. Llegó también en el cuarto de Santos otro chavo de Yecapixtla, que se ponía una malla en la cabeza por las noches, quesque para que el cabello se le acomodara.
Chayito tenía un solo hijo, al que le llamábamos en secreto "El Piolín"; pedante y bastante mamón, del que nunca supe o me aprendí el nombre, y que ocasionalmente llegaba a visitarla. Era aficionado al motociclismo Enduro, y de cuando en cuando tenía sus motos en el garage.
Invariablemente nos daban de desayunar huevos: a la mexicana, revueltos, batidos, estrellados, o con frijoles. Yo era de los que comía temprano porque entraba a las dos de la tarde a la escuela, casi siempre solo o con Chayito; la mayoría llegaba después de las cinco del trabajo o de la escuela.
A un lado de la casa había un edificio de tres o cuatro pisos donde vivían un par de ancianas que subían el mandado por una canastita que subían desde la ventana. Aurorita tenía su tienda y vivía enfrente. Estaba un comedorcito pequeño de un tipo muy amable al que le decíamos "El Chilango", que siempre ponía Radio Centro. Estaban las hamburguesas al carbón de la Calzada Tacuba y Mar Mediterráneo a un par de cuadras (todavía no sabía que se llamaban Torreón); también el Chon y Chano y un restaurante oaxaqueño llamado Mitla. Había unos tacos al pastor llamados "El Retoño", al que ocasionalmente pasaba con Maribel y que se me hacían bastante buenos.
En Popotla había un tianguis los sábados, y una biblioteca pública a la que llegué a ir algunas veces. Ahí recuerdo haber probado por primera vez los "pescaditos", o sea las tiritas de pescado empanizadas y fritas que vendían con limón y salsa valentina (y que después entendí eran una especie de pescado tipo fish and chips).
Alguna vez llegué a ir al Hospital Rubén Leñero (le decíamos el Rubén me muero), porque me intoxiqué con no sé qué, y me salieron ronchas por todo el cuerpo. La enfermera que me puso el suero esa vez me dijo: "ahhhhhhh borrachos", supongo que porque era sábado o domingo por la mañana, y creo que porque efectivamente había tomado una noche anterior.
En ese tiempo tenía una grabadora compacta Sony, de doble casetera, reversible, que era lo máximo a lo que podía uno aspirar en esa época. En esa época el radio tenía estaciones como Jazz FM, Rock 101 o Radioactivo; Nino Canún tenía un programa de discusión estelar por las noches, que yo a veces veía en una televisión portátil, junto con los partidos de futbol de las chivas o pumas. El Veracruz era la novedad en la liga mexicana, porque había regresado después muchos años y los jarochos llenaban todos los estadios para ver a sus tiburones rojos. Siendo de Veracruz David y yo, nos sumamos a la tiburomanía un par de veces. El Atlante estaba en primera división y jugaba en el Estado Azulgrana.
En las noches disfrutaba escuchar música con la luz apagada.
Eran mis primer año en la Ciudad de México; aún no conocía a Maribel y todo era mágico y novedad. en la gran ciudad para mí. Hacíamos las compras en el Aurrerá de Buenavista, que luego se convertiría en WalMart; o íbamos al Tianguis de la Tabacalera o de Sullivan en la Colonia San Rafael. Nadie de los huéspedes o compañeros de escuela tenía auto; todo era Metro, Ruta 100 o taxis vochitos amarillos, y ya comenzaban a ser populares los microbuses.
Me perdía en las calles del Centro, en los aparadores de Madero, en los comercios de Electrónica de la calle Uruguay, pero sobre todo en Donceles, en las librerías de viejo. Organizábamos ir a Tepito a comprar fayuca: tenis, grabadoras, discos, relojes Casio o chucherías.
Los fines de semana por la mañana llevábamos nuestra ropa sucia a una lavandería en Popotla, frente a las canchas de Cañitas. El servicio era por kilo y pesábamos la ropa para que nos asignaran lavadora; había que ir con detergente o vel rosita y suavitel, y algo para leer mientras esperábamos a que terminara el lavado y luego el secado, y a caminar las diez o doce cuadras con la ropa de regreso a casa.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Bautizo de Nicolás

23 de Septiembre de 2018
Maribel me dijo que su mamá la había invitado a un bautizo, con su prima Adriana, la hija de Roberto. No estaba muy convencido de ir, pensando sobre todo en el tráfico usual para llegar a Tulyehualco, que nunca es un incentivo, pero igual le respondí que lo que ella decidiera.
Abril y Emanuel no irían. De hecho Abril se puso de acuerdo con Akemi para irse a dormir a su casa, y Emanuel preguntó si vería a Dani o a Mauri, y prefirió no acompañarnos cuando supo que no iría ninguno de ellos.
La misa era a la una de la tarde, pero ya no llegamos porque salimos tarde. No nos tardamos tanto en llegar realidad, de hecho no hubo mayores contratiempos hasta Xochimilco. Pasando Tepepan, Maribel se puso a hablar por teléfono con Martha para pedirle instrucciones de cómo llegar, a pesar de que ya había puesto la dirección en el navegador. Alcancé a escuchar que alguien estaría esperándonos en una tienda de la calle principal de Santa Cruz, para guiarnos, pues ya después de la misa se habían ido a donde sería la fiesta.
Lo que no sabía es que desde Nativitas había desviaciones por calles cerradas; supuse que por afectaciones del sismo, y comencé a ponerme un poco de mal humor anticipando el tráfico que vendría. Pero pensé también en lo ridículo y mezquino de mi reacción: había personas a quienes el sismo había afectado muchísimo, y yo ahí, quejándome simplemente por algo de tráfico adicional...
Finalmente, con algunas vueltas de más llegamos a la tienda donde nos esperaría Edith, que en ese momento supe, era la mamá de Adriana, y a quien se refería Martha por teléfono. Morena, de cabello muy chino (no sé si natural o porque se haya hecho "base" como dicen). Ella nos guió hasta la fiesta, quejándose en el camino de lo complicado que era. Había que pasar por algunos callejones en muy malas condiciones, y eran evidentes los estragos del sismo del año pasado: casas reconstruidas, calles encharcadas, sin banqueta; señalizaciones de caminos parcialmente bloqueados, bardas agrietadas y Edith que nos daba más detalles; que aquí había una barda muy grande que se cayó, que allá había una casa que ya no estaba; que el drenaje, o el agua estaba en reparación...
Llegamos al salón, que era más bien un terreno baldío habilitado con un enlonado muy grande, y muchas mesas arregladas con mantel y adornos de flores en maceta. Había dos piñatas: una como caperucita y otra de un oso, que entendí eran de una tal "Masha y el Oso", personajes que sin conocer, he visto anunciados en varios lados y que supongo están de moda entre los párvulos de ahora. Había también un par de carteles: "Mi Bautizo. Nico."
Hubo mixiotes de pollo, guisados con hoja de aguacate, o laurel; nopales con elote, frijoles bayos, salsa verde y roja, tortillas, arroz a la mexicana y agua de tamarindo y de jamaica. Me sirvieron un segundo plato, que fue imposible rechazar. Nos enteramos que el esposo de Adriana no toma, aunque ella sí, y algo comentaron al respecto Martha y mi suegra (que era mejor que no tomara el marido, que debía ser feliz con eso antes que lidiar con borrachos).
Algún familiar sacó un tequila en licoreras de cristal cortado, que nos ofrecían a cada rato. Nos contaban que habían ido a Guadalajara y lo habían traído de Tequila, que con confianza le entráramos. Todos tomamos un poco, y yo tomé el equivalente a tres caballitos grandes.
En una bocina Atvio tocaban música de Los Ángeles Azules y Los Askis, que continuamente confirmaba con Shazam en mi teléfono. Un señor que vendía alegrías y obleas se acercó a vender, y parecía tener conocidos en la fiesta. Luego entró también otra muchacha que vendía gomitas, juguetes y botanas, a quien Edith le compró panditas y pistaches. Ví que le ofrecieron de comer y me dió mucho gusto que esa tradición de Xochimilco que me contaba mi amigo Godoy hace muchos años se mantuviera: en cualquier fiesta siempre  invitaban a comer a cualquiera que pasara, sin ninguna distinción, todos estaban invitados tácitamente, y eran bienvenidos.
Martha y mi suegra parecían contentas. Recordábamos que el difunto Roberto trabajaba muy bien de carpintero; que nos había hecho todos los muebles del departamentito de Tulyehualco, y que Jorge (el Pikis) era más bien su chalán y nunca fue tan bueno como él para trabajar. Ya iba para 9 años que había fallecido. En algún momento pregunté por su cumpleaños y me dijeron que era en Diciembre. Edith nos contó que Roberto hijo se parecía mucho a su papá, que su esposa había engordado mucho, que comían chicharrones ella y las niñas todo el tiempo, y también mucho refresco. También nos contó que ella estaba a dieta, que sufría de la presión, que se había encontrado un perrito chihuahua "cabecita de manzana", que era muy pequeñito y que le hacía fiesta todos los días, dormía en un sillón y ya se lo habían pedido para cruzarlo. También nos contó algo de sus aventuras cuando intentó cruzar la frontera y la deportaron; que la desnudaron porque la creyeron narcotraficante.
Maribel me contó que Edith antes vendía tamales oaxaqueños. A eso se dedicó mucho tiempo, pero después de tantos años, ya era demasiado trabajo, y ahora vendía ropa usada; a veces mi suegra le daba ropa de la familia para que ella la vendiera; rentaba un lugar también en Santa Cruz. Quizás vivía cerca de Roberto y Adriana. Roberto hijo y su esposa llegaron más tarde, con sus dos niñas; tenía muchos años que no lo veía, desde que tenía como catorce o quince años.
Dieron bolo los padrinos. Alcancé a oir a la señora que nos ofrecía el tequila que apenas había podido agarrar ocho pesos; Edith dijo que ella sólo alcanzó dos pesos. Me acordé que hacía un año habíamos sido también padrinos, y que no me preparé para el bolo y tenía muy poco dinero para repartir ese día, quizás como el padrino ese día.
Yo esperaba que no lloviera; por la mitad se alcanzaba a ver cómo se unían las dos grandes lonas que cubrían el terreno, y me imaginaba que si llovía muy fuerte había que mover mesas.
Adriana estaba como la recordaba, muy sonriente. Nos presentó a su esposo como "su pareja", pero nos dijo que ya se habían casado. Él nos saludó con gusto, pero no platicamos más allá del saludo.
Al festejado apenas y lo vimos en su trajecito blanco, jugando en el brincolín. Se llamaba Nicolás.
Esperamos a que dieran las seis de la tarde, para despedirnos. También Martha y mi suegra se irían a esa hora, y aprovecharíamos para dejarlas en la avenida principal, donde ellas tomarían un micro o combi a Tulyehualco. Parecía que comenzaban a esa hora a llegar más invitados. Nos despedimos de todos. Y Adriana y su esposo les dijmos al final que deberían visitarnos algún día.
De regreso ya teníamos pensado pasar por nativitas a comprar plantas. A esa hora ya casi estaban cerrando, pero nos alcanzó el tiempo para comprar varias: lavandas, un par de nopales pequeñitos, de una variedad con la hoja muy delgada, sábilas, pasto que le decían real, y otro que se llamaba cola de caballo, una pata de elefante, un par de helechos, una enredadera estrellita, y una hiedra, y otro par de plantas más que ya no recuerdo el nombre. Todo baratísimo. Llenamos la cajuela y todavía tuvimos que poner algunas en el asiento de atrás. Nos quedamos con las ganas de comprar bambús, que no cabían, o unos magueyes hermosísimos, de 950 pesos que por codos no compramos, o unos cactus miniatura, de 40, que necesitarían más cuidado y espacio del que teníamos.
Nos fuimos a dormir relativamente temprano, pensando que al siguiente día iríamos a la cineteca a ver Isla de Perros.